Hace poco un amigo me contó algunas historias truculentas del metro, de esas en las que los trenes se quedan horas sin avanzar porque hay gente que se suicida.
Afortunadamente yo nunca he sido testigo de tan lamentables sucesos pero si me han tocado otros bastante desagradables. Una vez en la estación de Indios Verdes me tocó ver cómo se le atoraron las manos en la puerta a una señora. Apenas se había detenido el metro, la señora se abalanzó sobre las gomas que unen las puertas para jalarlas, sin embargo, con lo que no contaba era que las puertas se abrieron rapidísmo llevándose su brazo con ellas. Claro que la señora empezó a gritonear luego luego y llegaron los encargados para salvarle los dedos. No paso a mayores pero yo creo que de que aprendió a no comportarse como una loca desesperada, aprendió.
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