Abre la puerta...
enciende la luz...
sube las escaleras...
repegate a la pared...
rodea los sillones...
entra en el cuarto...
Escucho los comandos de mi mente a manera de efecto doppler. Primero fuertes, pero poco a poco pareciera que se alejan y se van haciendo más tenues. Los escucho casi como susurros.
Atiendo a sus indicaciones tanto como me lo permite mi sistema motriz. Me visto para dormir. Me siento en la orilla de la cama...
Entre el estado de adormecimiento en que me encuentro comienzo a reflexionar sobre el millón de cosas que tengo que hacer al día siguiente. ¿ó estoy ya en el día siguiente?
Definitivamente he perdido la noción del tiempo.
Recuerdo el examen, la tarea, las lecturas, los controles, las actividades para el "trabajo", el libro que he dejado arrumbado...
Viene la inquietud, la intranquilidad, la angustia... salgo de mi letargo.
Me desesperezo, me levanto, enciendo la computadora. Me siento a pretender escribir algo coherente pero ocurren varias situaciones que me lo impiden: confundo las letras (pareciera que alguien las hubiera movido de lugar en el teclado), no encuentro las palabras correctas, las oraciones no tienen lógica, el tema no me interesa en este momento, no me inspira, el cansancio es demasaido, el sueño es demasiado, el alcohol en mi sistema es demasiado.
Pongo el brazo sobre el teclado y recargo la cabeza sobre este último mirando sin mayor interés hacia la pared, tratando de forzar a mi mente a producir una idea.
Pienso, pero regresa el efecto doppler acompañado de un pestañear cada vez más lento... lento, lento, lento... hasta que los ojos se cierran.
Una vez llegado a este punto sé que no se volverán a abrir en un buen tiempo, valioso tiempo; pero ya no lucho, simplemente me ajusto en el asiento en una posición menos incomoda y me rindo ante lo inevitable...