sábado, 28 de agosto de 2010

Abre la puerta...

Abre la puerta...
enciende la luz...
sube las escaleras...
repegate a la pared...
rodea los sillones...
entra en el cuarto...
Escucho los comandos de mi mente a manera de efecto doppler. Primero fuertes, pero poco a poco pareciera que se alejan y se van haciendo más tenues. Los escucho casi como susurros.
Atiendo a sus indicaciones tanto como me lo permite mi sistema motriz. Me visto para dormir. Me siento en la orilla de la cama...
Entre el estado de adormecimiento en que me encuentro comienzo a reflexionar sobre el millón de cosas que tengo que hacer al día siguiente. ¿ó estoy ya en el día siguiente?
Definitivamente he perdido la noción del tiempo.
Recuerdo el examen, la tarea, las lecturas, los controles, las actividades para el "trabajo", el libro que he dejado arrumbado...
Viene la inquietud, la intranquilidad, la angustia... salgo de mi letargo.
Me desesperezo, me levanto, enciendo la computadora. Me siento a pretender escribir algo coherente pero ocurren varias situaciones que me lo impiden: confundo las letras (pareciera que alguien las hubiera movido de lugar en el teclado), no encuentro las palabras correctas, las oraciones no tienen lógica, el tema no me interesa en este momento, no me inspira, el cansancio es demasaido, el sueño es demasiado, el alcohol en mi sistema es demasiado.
Pongo el brazo sobre el teclado y recargo la cabeza sobre este último mirando sin mayor interés hacia la pared, tratando de forzar a mi mente a producir una idea.
Pienso, pero regresa el efecto doppler acompañado de un pestañear cada vez más lento... lento, lento, lento... hasta que los ojos se cierran.
Una vez llegado a este punto sé que no se volverán a abrir en un buen tiempo, valioso tiempo; pero ya no lucho, simplemente me ajusto en el asiento en una posición menos incomoda y me rindo ante lo inevitable...

jueves, 26 de agosto de 2010

¡Voy a escribir groserías!

Sí... en efecto... voy a escribirlas. Pero no siempre.
Palabrotas, malas palabras, palabras altisonantes, blasfemias, vulgaridades, etc., como les quieran decir... al fin y al cabo GROSERÍAS. Me gusta decirlas y mucho, pero en el momento y con o hacia las personas correctas.
Cuando estaba en sexto de prepa mi profesora de psicología nos comentó (o séase a mis compañeros de clase y a mí) que las groserías son una especie de "síntesis" de algún (os) sentmiento (s) que las personas experimentamos con tanta fuerza que no encontramos otra forma de expresarlo (s). Es decir, si te sientes feliz es porque estás totalmente extasiado de felicidad..., si sientes tristeza es porque te encuentras terriblemente inconsolable..., si sientes enojo es porque estás increiblemente encolerizado... y así con todos los sentimientos.
La cuestión es que, cuando cada una de estas emociones llega no te pones a pensar en las frases más rimbombantes para expresarlas, o peor aún, las palabras no te son suficientes para externarle a los demás lo que estás sintiendo. Es en estos momentos cuando de nuestras bellas bocas salen frases como "hoy me siento de poca madre" ó "estoy que me lleva la chingada" ó "ahora si estoy bien emputada (o)"
Es simplemente imposible que paremos de decirlas o al menos de pensarlas ¿a quién no le ha pasado el tener unas ganas enormes de decirle a alguien más "chinga tu madre" pero nos contenemos porque evaluamos que no es el momento correcto o la persona indicada, así que mejor nos aguantamos ó nos volteamos a decirlo entre dientes?
Las groserías cumplen además una función liberadora. Nos hacen sentir mejor una vez que las decimos. No hay que dejar que se nos acumulen los sentimientos. De ahí el estrés... ó como dice mi mamá "no te enojes que se te va a subir el azúcar".
Mi profe nos dijo que es por esta razón que las groserías existen en todos los idiomas (ó al menos en casi todos) y a mi muy humilde punto de vista, tiene razón. Son necesarias, pero hay que aprender cuándo, cómo, dónde y con quién utilizarlas. Sin olvidar que forman parte de nuestro abundante léxico y cultura popular. Los albures son ejemplo de ello, aunque debo admitir que a mi siempre me chamaquean.
Con todo esto tampoco quiero decir que TODOS debemos utilizarlas, las palabras ahí están... así que el que quiera y pueda pues que las use.
A mí como si me gustan... las voy a escribir. ¡Chinga! faltaba más.